SOY buen fisonomista; no se me despinta una cara, pero casi nunca consigo asociarla a un nombre. Un ejemplo: Carles Monguilod, abogado penalista, experto orador y amigo del alma tertuliana de Guillem Terribas en Can 22 de Girona. Coincidí con Monguilod en la librería y luego en el Ritz, la noche del premio Nadal. Seguía asociándolo al gremio librero-literario hasta que cayó en mis manos «Vint-i-cinc anys i un dia» (Ara llibres), recorrido por su trayectoria profesional y nuestra reciente historia judicial. Resulta que Monguilod es un célebre abogado penalista, pero también el alma de la tertulia en la 22. Un lector ilustre y avisado y un excelente escritor. O sea, que yo no andaba tan desorientado.
Pese al escepticismo de este senyor de Girona sobre la naturaleza efímera de los productos editoriales, sus «Vint-i-cinc anys i un dia» seguirán leyéndose con gusto por muchos años. Yo lo devoré en un día. Como en aquellos libros de Mario Verdaguer, Rossend Llates, Valentí Castanys, Amadeu Hurtado o Eugeni Xammar. Monguilod sabe espigar las anécdotas de categoría que llevan a reflexionar sobre las edades de un país. «Que tot el que es llegeixi grati en el lector l´espai del cervell que li desperti ganes de pensar» advierte. Una crónica atravesada por el mitificado Vaquilla, el secuestro de Maria Àngels Feliu y el calvario mediático a que fue sometida por el pionero de la telebasura Pepe Navarro. Historias de gitanos y barraquismo barroco de aromas lorquianos. Capítulos que superan cualquier serie judicial: desde el humilde asunto de oficio a las «causes célébres» con Garzón de por medio. Sórdidos locutorios carcelarios y hoteles de cinco estrellas. Narcotraficantes que requieren abogado defensor. Historias de cuernos dignas de Ugo Tognazzi. Y, sobre todo, un profundo conocimiento de la psicología nacional (que aquí quiere decir peninsular). Monguilod es un demócrata autocrítico que marca distancias con el pensamiento único que campa por estos pagos saturado de prejuicios ignorantes. El nacionalismo se cura viajando, aseveró Baroja. Y Monguilod lo constata en un magistral capítulo dedicado a dos juicios en Zamora: «Hi ha una cosa que sempre en pregunten quan explico les meves «aventures» de Zamora. Vares tenir cap problema en els dos juidicis amb tribunal popular pel fet de ser català? Va ser alguna dificultat l´idioma? La veritat és que sempre contesto el mateix: no. Mai no va haver cap problema. Al contrari. Em vaig sentir com a casa». Para Monguilod, las lenguas no deben ser «casus belli» sino fértil punto de encuentro abonado por la cultura: «El que ens separa de les persones no és la llengua, sinó el llenguatge», apunta.
Con la sabiduría que otorga la experiencia del «caminar per la vida», Monguilod suministra anécdotas de categoría. Memoria inteligente, noble y moral.
Pese al escepticismo de este senyor de Girona sobre la naturaleza efímera de los productos editoriales, sus «Vint-i-cinc anys i un dia» seguirán leyéndose con gusto por muchos años. Yo lo devoré en un día. Como en aquellos libros de Mario Verdaguer, Rossend Llates, Valentí Castanys, Amadeu Hurtado o Eugeni Xammar. Monguilod sabe espigar las anécdotas de categoría que llevan a reflexionar sobre las edades de un país. «Que tot el que es llegeixi grati en el lector l´espai del cervell que li desperti ganes de pensar» advierte. Una crónica atravesada por el mitificado Vaquilla, el secuestro de Maria Àngels Feliu y el calvario mediático a que fue sometida por el pionero de la telebasura Pepe Navarro. Historias de gitanos y barraquismo barroco de aromas lorquianos. Capítulos que superan cualquier serie judicial: desde el humilde asunto de oficio a las «causes célébres» con Garzón de por medio. Sórdidos locutorios carcelarios y hoteles de cinco estrellas. Narcotraficantes que requieren abogado defensor. Historias de cuernos dignas de Ugo Tognazzi. Y, sobre todo, un profundo conocimiento de la psicología nacional (que aquí quiere decir peninsular). Monguilod es un demócrata autocrítico que marca distancias con el pensamiento único que campa por estos pagos saturado de prejuicios ignorantes. El nacionalismo se cura viajando, aseveró Baroja. Y Monguilod lo constata en un magistral capítulo dedicado a dos juicios en Zamora: «Hi ha una cosa que sempre en pregunten quan explico les meves «aventures» de Zamora. Vares tenir cap problema en els dos juidicis amb tribunal popular pel fet de ser català? Va ser alguna dificultat l´idioma? La veritat és que sempre contesto el mateix: no. Mai no va haver cap problema. Al contrari. Em vaig sentir com a casa». Para Monguilod, las lenguas no deben ser «casus belli» sino fértil punto de encuentro abonado por la cultura: «El que ens separa de les persones no és la llengua, sinó el llenguatge», apunta.
Con la sabiduría que otorga la experiencia del «caminar per la vida», Monguilod suministra anécdotas de categoría. Memoria inteligente, noble y moral.
A la foto, Sergi Doria i la portada del llibre.
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